Jugar con el lenguaje, con el sonido, con el grafismo, y por último con la literatura para enseñarle a un niño este mundo que le está esperando lleno de signos y rasgos torcidos que, sin embargo, significan algo. Y de paso que Daniel entiende, nosotros, los lectores, también asistimos fascinados a ese juego y hasta en alguna ocasión nos gustaría sumarnos al pequeño grupo de padre e hijo y escuchar esa historia distinta, peculiar y tan divertida en que se pueden volver a construir las historias…