Puntuales, media docena de músicos igualmente al borde de la ancianidad y jubilados todos a excepción del fogoso batería, suben al estrado que preside el local, cada uno con su respectivo instrumento a cuestas, menos el drummer, cuyo artilugio no se desmonta y basta con empujar el escabel con un pie para dejarlo en el lugar debido. El pianista, asimismo retirado y de manos un tanto temblonas, ni siquiera ha de encaramarse a plataforma ninguna pues su pleyel yace a ras de pista, al alcance del primer osado que quiera aporrearlo entre semana, rodeado de sonrisas sedientas y ojos perdidos sabe Dios dónde…