Bloy parece escribir en permanente estado de indignación.

Basta con su poderío verbal para elogiar su literatura, incómoda especialmente para los convictos de beatería y cualquier forma de hipocresía religiosa y moral. Quizá pueda empachar, pero es un autor que en dosis justas enseña una valiosa lección de verdadero compromiso y placer literario.

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