La ternura y el humor surgen de un múltiple anecdotario: una patada de avestruz, una caída de caballo, el viaje, desde París, de las cigüeñas… A la niña Cristina la han enviado a vivir al campo junto a una estación de trenes. Allí, consustanciada con la naturaleza, logrará dormir y disolver la desazón que le provocan, en la ciudad, las peleas de sus padres. Retrata esa tierra «llana, yerma», habitada por «gente íntima». Entre ellos y la niña, sin embargo, una actitud los distancia: «yo no era fatalista». La suerte y las leyes vitales no son hechos inmóviles, pueden —a veces, deben— combatirse.