El libro es doblemente delicioso porque a una prosa de una rara belleza, de un equllibrio solo atribuible a un hombre curioso, inteligente y culto como es Starkie, se une la riqueza múltiple de lugares, de anécdotas, de reflexiones. Todo ello aderezado por una sutil ironía, por una presencia constante, como guiño intelectual, de sentido del humor.